Sword Art Online - Reborn: Un Nuevo Comienzo

Prologo: El Día Prometido



El zumbido bajo de la computadora era el único sonido constante en la habitación silenciosa, aparte del rápido teclear ocasional y el clic nervioso del ratón. Kirigaya Kazuto miró la hora en la esquina inferior derecha de su monitor por décima vez en los últimos cinco minutos: 12:53 PM. Siete minutos. Solo siete minutos más para que los servidores abrieran sus puertas digitales.

Afuera, el mundo real parecía haberse detenido, conteniendo la respiración colectiva. O al menos, así se sentía en las comunidades en línea que Kazuto había estado frecuentando casi sin parar durante las últimas 48 horas. Los foros bullían de actividad, los feeds de noticias estaban saturados con titulares sobre el evento del día, y las redes sociales eran un torrente de expectación pura.

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Incluso pronunciar el nombre en voz baja, como hizo Kazuto ahora, enviaba una pequeña descarga eléctrica por su espina dorsal. No era solo otro MMORPG. Era el MMORPG. El primero del mundo en utilizar la tecnología de inmersión total "FullDive", una promesa que parecía sacada directamente de la ciencia ficción más audaz. Un mundo virtual indistinguible de la realidad, accesible a través de una interfaz neural directa.

Para la mayoría, era una fantasía a punto de hacerse realidad, una frontera inexplorada. Para Kazuto, era un regreso. Tuvo la increíble suerte – o quizás la habilidad y dedicación – de ser uno de los mil jugadores seleccionados para la beta cerrada un mes atrás. Esas semanas dentro del castillo flotante de Aincrad, el escenario de SAO, habían sido... transformadoras. Había probado el acero virtual, sentido el viento simulado en su rostro mientras contemplaba paisajes digitales impresionantes y había experimentado la camaradería y el peligro de un mundo que se sentía intensamente real.

Recordaba la hierba bajo sus botas virtuales, el olor metálico de la forja en la Ciudad de los Inicios, el peso ilusorio pero convincente de una espada en su mano. La beta había sido solo una muestra, limitada a los primeros diez pisos de Aincrad, pero había sido suficiente para engancharlo por completo. Sabía, con una certeza que le erizaba la piel, que la versión completa sería mucho, mucho más.

Ahora, el lanzamiento oficial estaba aquí. Diez mil copias del juego y el hardware necesario se habían vendido casi instantáneamente. Millones más esperaban, deseando haber sido más rápidos, más afortunados. La expectación era palpable, una energía global concentrada en ese único momento: las 13:00, hora estándar de Japón.

Junto a su monitor descansaba la pieza central de toda esta revolución tecnológica: el NerveGear. A simple vista, parecía un casco de motocicleta futurista, elegante y aerodinámico, de un color gris pálido con detalles en azul. Pero Kazuto sabía que era mucho más que plástico y circuitos. Era una maravilla de la ingeniería neuronal, diseñado por el genio visionario, Kayaba Akihiko. El casco se ajustaba sobre la cabeza, cubriendo los ojos y los oídos, y utilizaba microondas de alta frecuencia para interactuar directamente con el cerebro del usuario, interceptando las señales enviadas a los nervios motores y redirigiendo las señales sensoriales del mundo virtual. Inmersión total. Sin pantallas, sin mandos, solo la mente del jugador habitando un avatar en Aincrad.

Kazuto cogió el NerveGear. Era sorprendentemente ligero, frío al tacto. Lo había probado varias veces durante la configuración inicial, siguiendo las meticulosas instrucciones, calibrando la interfaz a sus patrones neuronales únicos. El proceso había sido sencillo, casi anticlimático para un dispositivo tan avanzado. Pero cada vez que sentía el suave acolchado interior contra su piel, la anticipación crecía.

12:58 PM.

El corazón de Kazuto latía un poco más rápido. Revisó las conexiones por última vez. Cable de alimentación, conexión de red de fibra óptica. Todo en orden. Se recostó en su silla ergonómica, diseñada específicamente para largas sesiones de inmersión. Respiró hondo, tratando de calmar los nervios. Era la misma sensación que tuvo antes de entrar a la beta, pero magnificada por diez. Esta vez era real. Esta vez, Aincrad se abriría por completo, sus cien pisos esperando ser explorados, conquistados.

Ya podía imaginarlo: la multitud en la plaza principal de la Ciudad de los Inicios, la confusión inicial de los nuevos jugadores, la emoción compartida. Él tenía una ventaja, un conocimiento previo que le permitiría empezar con buen pie. Pero incluso con esa ventaja, la escala del juego completo era abrumadora y excitante.

12:59 PM.

Era la hora. Con manos firmes, Kazuto se colocó el NerveGear sobre la cabeza. La oscuridad envolvió su visión, el silencio exterior fue reemplazado por el suave pitido de arranque del sistema. Siguió las indicaciones auditivas, pronunciando las palabras clave que había memorizado, que resonaban con una promesa casi sagrada en la quietud de su habitación.

"Link Start!"

Una cascada de luz multicolor llenó su campo de visión interno. Los sistemas se inicializaban, los protocolos de seguridad se confirmaban. Una sensación familiar, pero siempre sobrecogedora, comenzó a extenderse por su conciencia: la desconexión gradual de su cuerpo físico, la agudización de sus sentidos virtuales.

El mundo real se desvaneció. Aincrad esperaba.



 

 

El Espejo de Dos Mundos

Antes de que la cascada de luz digital borrara por completo la consciencia de su entorno físico, hubo un último instante de autopercepción. Kazuto Kirigaya, el joven detrás del inminente avatar, era la antítesis de un héroe de fantasía en el mundo real. A sus dieciséis años, su apariencia era más bien discreta, casi pasando desapercibida. Tenía una constitución delgada, no frágil, pero sí carente de la musculatura evidente de alguien dedicado al deporte. Su rostro, enmarcado por un cabello negro, liso y algo rebelde que a menudo le caía sobre los ojos, poseía rasgos finos, casi delicados, que a veces le daban un aire más joven de lo que era. Sus ojos oscuros, habitualmente fijos en alguna pantalla, reflejaban una inteligencia aguda, pero también una cierta distancia, una barrera invisible entre él y el bullicio del mundo exterior. Rara vez se exponía al sol, lo que le confería una palidez que contrastaba con su pelo oscuro, y su vestimenta habitual consistía en ropa cómoda y funcional, priorizando la practicidad sobre cualquier atisbo de moda.

En cuanto a su personalidad fuera del juego, Kazuto era un chico de pocas palabras. Introvertido por naturaleza, encontraba las interacciones sociales complejas y, a menudo, agotadoras. Prefería la compañía de los circuitos y la lógica predecible de los sistemas informáticos a las conversaciones triviales o las multitudes ruidosas. No era antipático, pero su torpeza social podía interpretarse como frialdad o desinterés. Hablaba cuando era necesario, y sus palabras solían ser directas, concisas, a veces incluso bruscas sin pretenderlo. Vivía principalmente en su cabeza y en los reinos digitales que exploraba con una habilidad innata. Era allí, tras la pantalla o, ahora, tras la interfaz neural, donde se sentía verdaderamente cómodo, competente y, en cierto modo, él mismo. El mundo real, con sus matices impredecibles y sus expectativas sociales, le resultaba a menudo un lugar extraño y ajeno.

Pero entonces, la luz virtual terminó de envolverlo, y la transición comenzó. La conciencia de Kazuto Kirigaya se desvaneció, reemplazada por otra identidad, una que se sentía más real, más vibrante: Kirito.

Kirito. El nombre que había elegido en la beta, el nombre que resonaba con la promesa de habilidad y aventura en el mundo de Aincrad. Aunque el origen de dichoso nombre era en realidad algo mucho más sencillo y menos ostentoso, simplemente eran las abreviaturas de KIRIGAYA KAZUTO, aunque el avatar inicial en Sword Art Online estaba diseñado para reflejar la apariencia real del jugador –una característica controvertida implementada por Kayaba Akihiko–, la persona que emergía era distinta. La timidez de Kazuto se disipaba como la niebla matutina bajo el sol de Aincrad. Kirito era confianza encarnada, no por arrogancia, sino por competencia. Cada movimiento, cada decisión, estaba respaldada por horas de práctica, por un entendimiento instintivo de las mecánicas del juego que bordeaba lo sobrenatural.

Donde Kazuto dudaba, Kirito actuaba. Donde Kazuto evitaba el contacto visual, Kirito evaluaba a su oponente o aliado con una mirada firme y analítica. La torpeza social se transformaba en una economía de palabras decidida; seguía siendo alguien de pocas palabras, pero ahora su silencio transmitía concentración y determinación, no incomodidad. Su introversión se manifestaba como una preferencia por operar en solitario, no por miedo a la interacción, sino por una eficiencia calculada y una reticencia a poner a otros en peligro o depender de ellos.

En el mundo virtual de SAO, con una espada en la mano -o al menos, la promesa de una muy pronto-, Kirito encontraba una claridad y un propósito que el mundo real rara vez le ofrecía. Las reglas eran claras, los objetivos definidos, y el éxito dependía directamente de la habilidad, la estrategia y la voluntad. Aquí, no era solo Kazuto Kirigaya, el chico tranquilo y socialmente inepto. Era Kirito, el espadachín, el jugador que había probado los límites de la beta y ahora se preparaba para enfrentar la inmensidad del juego real. La transformación no era solo de nombre o entorno, era una liberación de las inhibiciones del mundo real, permitiendo que su agudeza mental, su rapidez de reflejos y su núcleo de determinación brillaran sin reservas.

El espejo de los dos mundos reflejaba dos figuras: una discreta y retraída, la otra afilada y lista para la acción. Y mientras la luz inicial se atenuaba para dar paso a los familiares y a la vez nuevos paisajes de la Ciudad de los Inicios, era Kirito quien abría los ojos.Enter content here...

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